PINTAR LA PIEL

Cuando preguntamos “¿de qué color es la piel?”, la mayoría responde algo como rosa, naranja o marrón. Pero si te dedicas a pintar, pronto te das cuenta de que esa respuesta es… demasiado simple.

En este ejercicio, nuestros alumnos se enfrentan a una idea que parece obvia, pero que en realidad está llena de matices. Como cuando de pequeños nos enseñan que el cielo es azul y los árboles son verdes, y luego descubrimos que hay cielos lilas, árboles plateados y pieles que empiezan en tonos verdes, violetas o grises.

Sí, has leído bien: ¡piel verde! Porque en pintura, el color de la piel no sale de un bote que diga “color carne”. Se construye. Se mezcla. Se observa. Y muchas veces, empieza por colores que jamás imaginarías.

Los retratos que surgen de este ejercicio muestran personas de distintas etnias, pero también revelan algo más profundo: que incluso dentro de un mismo grupo, cada piel tiene su propia historia cromática. No hay dos iguales.

Este ejercicio no solo te enseña a pintar mejor. También te hace mirar mejor. Porque cuando descubres que el tono base de la piel de alguien puede ser violeta, y que el rosa claro puede aparecer en cualquier rostro, empiezas a cuestionarte cosas más grandes. Como los prejuicios. Como la idea de raza. Como lo que realmente vemos cuando miramos a alguien.

Dicen que Delacroix soltó una frase legendaria: “Dadme lodo y pintaré la piel de una Venus”. Y no iba mal encaminado. Porque el color de la piel, en pintura, suele partir de colores “sucios”, quebrados, llenos de vida.